Página 1 de 2 En el momento en que establecemos nuestras metas y escogemos cursos de acción para alcanzarlas, pocas veces nos preparamos para enfrentar la posibilidad del fracaso. Si bien es cierto que para poder obtener logros nuevos, el ingrediente del optimismo debe estar presente en nuestros esfuerzos, la amarga realidad que trae el espectro del fracaso debe incluirse también en la ecuación. Al tomar decisiones, se nos hace difícil considerar los factores del ambiente (vicisitudes, circunstancias, obstáculos, tiempo, entre otros) que pudieran influir directamente en los resultados que esperamos obtener. Al enfrentar nuevos retos en la vida, muy pocos esperamos ‘chocar con la pared’ del fracaso, pero si le perdemos el temor, tal vez no pueda lastimarnos tanto. Lo ideal sería poder lograr todas nuestras metas sin mucho esfuerzo y que el deseo de ser exitoso se pudiera cumplir con el mero hecho de pensarlo, pero la experiencia nos enseña que esto no es tan fácil. El eterno énfasis que se presta a la perfección en todos los escenarios de la vida ha tenido como resultado una baja tolerancia a los errores, lo que se traduce entonces en el miedo que le tenemos a fracasar. La gran mayoría de los premios, incentivos y reconocimientos se otorgan a personas exitosas y que logran sobreponerse a múltiples obstáculos para lograr sus objetivos, pero muy pocas veces se evalúa la plétora de errores cometidos en el proceso. Se estudia y se discute con mucha pasión la psicología del triunfo y los ingredientes del éxito pero ¿Qué hay de la psicología del fracaso? ¿Qué podemos aprender de aquellos que fracasan en múltiples intentos y sin embargo continúan tratando de superarse? Es precisamente cuando evaluamos el fracaso de manera objetiva que rompemos los esquemas de lo convencional, ampliando el marco de posibilidades y asumiendo riesgos que facilitan la innovación.
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