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Sonríe (con sinceridad)

 

Muchos han argumentado que en estos tiempos existe cierta ‘economía de sonrisas’ en muchos escenarios, incluyendo los lugares de trabajo. Los seres humanos buscamos sonrisas en todos lados, desde las caras de los niños hasta los sistemas computadorizados y mensajería instantánea donde se hizo necesaria la inclusión de las famosas ‘caritas felices’ y otras que demuestren algún estado de ánimo. En muchos foros se han hecho públicos los beneficios de salud que traen
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La importancia de ‘dar el grado’

 Recientemente he encontrado un concepto sumamente impresionante  desarrollado por  Parker & Anderson en el 2006 y  que me gustaría compartir con ustedes.  A 211 grados Fahrenheit el agua está caliente, pero a 212 grados, el agua se convierte en vapor. Como sabemos el vapor es capaz de darle fuerza a una locomotora y a otros tipos de motores de combustión externa, de hecho, las máquinas de vapor fueron una pieza clave para la Revolución Industrial de los siglos 18 y 19. El concepto desarrollado por Parker & Anderson es relativamente sencillo, ese grado extra hace toda la diferencia entre lo común y lo extraordinario.

 

En la vida y en el trabajo esos grados adicionales de compromiso, esfuerzo, voluntad y responsabilidad hacen toda la diferencia tambien. Muchas veces, la diferencia entre el éxito y el fracaso está encerrada en ese grado al que nos referimos. ¿Cuanta gente no conocemos que sencillamente no puede ‘dar el grado’? Peor aún, ¿que hay de aquellos que tienen la capacidad de alcanzar los 212 grados y prefieren no hacerlo?

 

Ese grado adicional muchas veces se encuentra en nuestras actitudes y la forma en que manejamos las situaciones, son aquellos que están dispuestos a tomar responsabilidad por sus resultados, asumir el control de sus vidas y tomar acción los que se encaminan a alcanzar ese grado adicional. La pregunta obligatoria entonces es ¿estás dispuesto a entrar en calor?

 

!Gracias y Exito!

Ray Kazim Rivera Navas, Ph.D.

 
“El placer en el oficio trae perfección en el trabajo”

 

Esta cita de Aristóteles que me gustaría compartir con ustedes, posee una gran importancia en estos tiempos. Muchas veces escuchamos la importancia que tiene el encontrar un trabajo que nos guste para evitar la insatisfacción, el mal humor y la inconformidad que este pudiera traernos, pero entiendo que la cita va un poco mas allá. Al establecer el vínculo entre lo que nos place hacer y los resultados que obtenemos, la cita nos asigna una responsabilidad adicional con la búsqueda de la perfección, donde precisamente encuentro su genialidad. Cuando hacemos las cosas porque en realidad nos brindan placer, debemos procurar que los productos finales se parezcan a lo que quisiéramos para nosotros mismos, cosas ‘perfectas’.

 

Como resultado de los múltiples cambios socioeconómicos,  en los últimos años hemos observado como las organizaciones han tomado conciencia de la importancia que guarda el ‘servicio perfecto’ y como este pudiera convertirse en una ventaja competitiva en sus mercados. Entonces; ¿Cómo podemos entrelazar el placer de servir con el servicio perfecto? El secreto para el servicio ‘perfecto’ radica en las personas que lo ofrecen y la satisfacción intrínseca que experimentan al ofrecerlo. De muchos es conocida esa expresión que establece que ‘aquel que no puede servir, realmente no sirve’, frase que con el pasar del tiempo cobra mayor pertinencia. La calidad del servicio debe ser una prioridad para todo tipo de organización sin importar su tamaño y el compromiso con el mismo de estar arraigado a la cultura organizacional para que sea posible. Ciertamente, aun cuando la organización se encarga de establecer una cultura orientada al servicio, son los empleados que lo ofrecen los responsables de que alcance la ‘perfección’.

 

Cuando ofrecemos un servicio que va más allá del mero objetivo de ‘complacer’ a otros y en cambio buscamos exceder sus expectativas, garantizamos un servicio de excelencia. De la misma manera, cuando entendemos que nuestras tareas (por mínimas que parezcan) impactan el servicio que ofrecemos y las experiencias de nuestra clientela, tomamos conciencia de la importancia de nuestro trabajo y podemos identificarnos con el mismo. Si podemos demostrarle a quienes servimos, que entendemos sus necesidades, preocupaciones y problemas, estos responderán prestándole atención a nuestro mensaje, nuestros productos y a la organización que representamos. Al dejar claro que nos brinda placer el ofrecer nuestro servicio y que buscamos lo mejor para la población que nos apoya, nos encaminamos a la ‘perfección’.

 

“Todo el mundo tiene el poder de la grandeza; no para la fama, sino la verdadera grandeza. Porque la grandeza se alcanza por el servicio”.

- Martin Luther King

 
‘De las palabras a los hechos'

 

Una característica distintiva de los grandes líderes de la historia está relacionada a la consistencia que guardan las palabras que pronuncian estos seres y los hechos que las siguen. .  La consistencia por definición es la ‘firmeza en la constitución y el carácter’ lo que evidencia la relación del concepto con la estabilidad y la cohesión.  De hecho, es precisamente  en la consistencia que reflejan nuestras palabras con el comportamiento que exhibimos lo que le permite a los demás catalogarnos como personas. Todos conocemos los múltiples nombres que se le pueden dar a aquellos seres humanos que viven una eterna contradicción entre sus palabras y sus hechos, que normalmente justifican la falta de confianza e inclusive temor que pueden evocar en los demás. 

El ser consistente de palabras y hechos pareciera ser una tarea sencilla, pero es debido a una multiplicidad de factores que no siempre se puede mantener. No es por casualidad que el refranero popular establece que ‘del dicho al hecho hay un largo trecho’ pues normalmente no son solo las palabras las que logran los cambios, sino la combinación de las mismas con acciones. Ese ‘largo trecho’ está compuesto de múltiples sacrificios, obstáculos y eventualidades para las cuales no siempre estamos preparados, lo cual dificulta el alcanzar la consistencia que deseamos. Es prescindible entonces el mantener la objetividad y una perspectiva cargada de realismo para poder entender que el camino de las palabras a las acciones, no siempre lo andamos solos.

Cuando aspiramos a ser buenos líderes, compañeros, padres, hijos, hermanos y ciudadanos en general, es sumamente importante enfatizar la consistencia de nuestras palabras con nuestros hechos. Debemos evitar el que se nos caracterice por la incongruencia de nuestras acciones con lo que decimos y tener la prudencia para aceptar que cuando no podemos hacer cumplir nuestra palabra, ser sinceros con aquellos que nos escuchan (en vías de mantener su respeto). De manera estrictamente personal, entiendo que en el momento histórico que nos encontramos necesitamos gente que busque mantener una consistencia de palabras y hechos, dispuestos a asumir responsabilidad por lo que dicen. Líderes que mantengan la consistencia de palabras y hechos, pudieran eliminar faltas éticas, encubrimientos y engaños que tanto daño pueden hacer. Si bien es cierto que las palabras convencen, es con nuestras acciones que demostramos el nivel de compromiso que tenemos con las mismas.

 

“Lo que las personas dicen, lo que las personas hacen y lo que las personas dicen que hacen son cosas totalmente distintas”

-          Margaret Mead

 
La ‘psicología’ del fracaso

En el momento en que establecemos nuestras metas y escogemos cursos de acción para alcanzarlas, pocas veces nos preparamos para enfrentar la posibilidad del fracaso. Si bien es cierto que para poder obtener logros nuevos, el ingrediente del optimismo debe estar presente en nuestros esfuerzos, la amarga realidad que trae el espectro del fracaso debe incluirse también en la ecuación. Al tomar decisiones, se nos hace difícil considerar los factores del ambiente (vicisitudes, circunstancias, obstáculos, tiempo, entre otros) que pudieran influir directamente en los resultados que esperamos obtener. Al enfrentar nuevos retos en la vida, muy pocos esperamos ‘chocar con la pared’ del fracaso, pero si le perdemos el temor, tal vez no pueda lastimarnos tanto. Lo ideal sería poder lograr todas nuestras metas sin mucho esfuerzo y que el deseo de ser exitoso se pudiera cumplir con el mero hecho de pensarlo, pero la experiencia nos enseña que esto no es tan fácil.

El eterno énfasis que se presta a la perfección en todos los escenarios de la vida ha tenido como resultado una baja tolerancia a los errores, lo que se traduce entonces en el miedo que le tenemos a fracasar. La gran mayoría de los premios, incentivos y reconocimientos se otorgan a personas exitosas y que logran sobreponerse a múltiples obstáculos para lograr sus objetivos, pero muy pocas veces se evalúa la plétora de errores cometidos en el proceso. Se estudia y se discute con mucha pasión la psicología del triunfo y los ingredientes del éxito pero ¿Qué hay de la psicología del fracaso? ¿Qué podemos aprender de aquellos que fracasan en múltiples intentos y sin embargo continúan tratando de superarse? Es precisamente cuando evaluamos el fracaso de manera objetiva que rompemos los esquemas de lo convencional, ampliando el marco de posibilidades y asumiendo riesgos que facilitan la innovación.

La relación entre el manejo del fracaso y la autoestima es sumamente compleja, estudios sugieren que personas con una autoestima baja tienden a generalizar sobre sus fracasos y se consideran menos inteligentes y poco competentes al compararse con los demás. Curiosamente, la mejor manera de fortalecer la autoestima es tomar acción luego de fracasar, estimulando la autoeficacia (Brown, 2007).El miedo al fracaso no debe ser paralizante ni mucho menos servir como una limitación para nuestros objetivos de vida, lo importante es enfrentar esta posibilidad de manera realista y si fracasamos, que esta experiencia nos sirva de educación para el futuro.

Todos conocemos a alguien a quien solo un fracaso le bastó para no volver a intentar nada más en la vida. Bien lo expresó el peso completo del Salón de la Fama del Boxeo Jack Dempsey cuando dijo; “El campeón es aquel que se levanta cuando no puede”. Es cuando miramos cara a cara el fracaso, cuando se supone que no tengamos ganas de continuar, mientras los demás piensan que se acabaron las fuerzas, los campeones se levantan. El fracaso se convierte entonces en una experiencia aleccionadora y nos ofrece una oportunidad para reevaluar nuestras metas, recobrar el ánimo y reconocer nuestra humanidad. Aprendamos a manejar el fracaso con una visión optimista, transformándolo en una experiencia que nos permita desarrollar nuevas oportunidades y nos ayude a tomar las riendas de nuestras vidas.

“No es lo que te pasa lo que determina cuan lejos llegarás en la vida, sino la forma en que manejas lo que te pasa”

- Zig Ziglar

 
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